Los tres hombres de una familia intentan cubrir la ausencia de la madre, muerta en un accidente de tráfico, para evitar hundirse en la tragedia: el padre se ata el mandil e intenta aplicar las curiosas recetas de su esposa (sopa de fletán o de cacao); Jósef, el hijo autista, se seguirá vistiendo con los colores más chillones (corbata roja y camisa violeta), como las queridas flores de la mujer; y Arnljótur, Lobbi, gemelo de Jósef, quien heredó de su madre la pasión por la jardinería, emprenderá un viaje al extranjero, a una remota abadía donde tratará de salvar una rosaleda legendaria y donde puede crecer una extrañísima clase de flor, la rosa candida. No obstante, otro cultivo más importante medra sin que él intervenga casi: la pequeña Flora Sol, su hija de siete meses, fruto de una noche sin continuidad con Anna, la novia de un amigo. Lobbi abandona un terreno inhóspito, con la lava negra, la hierba seca amarillenta, las rocas y los ríos, portando tres esquejes de esa quimérica flor de ocho pétalos, y sube al avión con tierra en los zapatos y un dolor en el vientre. Al aterrizar, descubre que su mal no es de altura ni de nostalgia: tiene apendicitis, y la operación va a suponer un primer aviso sobre los cambios que se producen en su interior. El protagonista llega al pueblo de montaña donde se ubica el monasterio. Ha de aprender una nueva lengua, y su limitada conversación le enseña sus propios límites como persona: las cosas más interesantes que puede decir son sencillas o no las expresan las palabras. Esa cura de humildad la recibe también del abad Thomas, virtuoso políglota y cinéfilo, que escucha a su nuevo amigo igual que ve sus películas favoritas, sopesando los hechos y evitando dar lecciones. Las alteraciones que se suceden dentro del joven encuentran su prueba de fuego cuando Anna y Flora Sol viajan hasta el monasterio.