Si bien Marguerite Duras incluye datos biográficos evidentes en Un dique contra el Pacífico y en El amante, no lo concibe como un trabajo de la memoria sino como una labor de recreación, de autoficción. Es rotunda: «No somos nadie en la vida que vivimos, solo somos alguien en los libros».
En El amante, narra el deseo de huir de una vida de miseria, el amante paga todos sus gustos y los gastos de toda la familia, la madre lo acepta debido a su rencor social, Marguerite lo acepta para poder escapar de aquel «amor que teníamos los unos para los otros, y el odio también, terrible, en esa historia común de ruina y muerte que era la de aquella familia». Y cuando un periodista le pregunta si es la historia de su familia, ella responde: «La novela de mi vida, de nuestras vidas, sí, pero la historia no. El libro hace el milagro, y es que, enseguida, lo que queda escrito ha sido vivido. Lo escrito sustituye a lo vivido».