Marte y las princesas voladoras

Cuando le conté a Mosi ella me dijo:
—Yo no quiero volar.
—¿Por qué? Es maravilloso.
—Porque me da miedo el silencio.
No le insistí. Pero cada vez que vuelo ella está allí esperándome y siempre, siempre, me pregunta cómo me fue.

Y sentí un frío horrible en mi corazón.

La tía, entonces, se rió tanto que pensé que su risa iba a salir por la ventana como un huracán y nosotros con ella.

—Mamá te está llamando.
—No, a mí no. Yo no me llamo Martha Elena, me llamo Mosi.
—¿Qué?
—Sí, mi verdadero nombre es Mosi.
—¿Y cómo lo sabes?
—Me lo dijo el viento.

Ahora todo es distinto: casi no me mira y, si le pregunto algo, me gruñe.

Cuando sea grande voy a escribir cuentos de seres especiales que viven en planetas diferentes.

Luego los mordisqueé un poco. Siempre he pensado que el verde sabe mejor que el azul.

—Yo quiero a mi hermana porque ella juega conmigo —y me abrazó con fuerza.

Después, la tía Roberta comentó entre risa y risa que la vida es así: un juego en el que todos disfrutamos.

Es como en el Polo Norte: creen que sólo hay pingüinos y, por supuesto, es una gran mentira.