Retoza en la hierba conmigo, desembaraza tu garganta;
no son palabras, música ni rimas lo que quiero, ni costumbres o discursos, ni siquiera los mejores:
sólo me gusta el arrullo, el rumor de tu voz asordinada.
Recuerdo cuando nos acostamos en aquella transparente mañana de verano,
y apoyaste la cabeza en mi cadera, y te volviste despacio hacia mí,
y me abriste la camisa a la altura del pecho, y me hundiste la lengua en el corazón desnudo,
y te estiraste hasta sentir la barba, y luego hasta sujetarme los pies.
Enseguida crecieron y me rodearon la paz y el conocimiento que trascienden todas las disputas de la Tierra,