La cultura globalizada no está en las mesas de breakfasts y lunchs de la «Catedral» americana que reúne a una chilena feminista de la ONU, una poeta checa, tres músicos coreanos y un filipino, sino en el segundo piso de un ómnibus inglés en el que se habla iraní, chino, español y turco. Está en las calles que se afean y se ensucian a medida que el ómnibus se interna en los barrios de inmigrantes y en el encuentro fugaz con un chileno, un africano, un suicida o un actor de Liverpool en las calles de Londres, o en el grupo de palestinos, hindúes o afganos que viajan buscando asilo «después del desastre» en el avión que lo lleva de vuelta a Porto Alegre