Nada que te importe, Jared.
Aprieta los labios en una dura línea y me da la impresión de que tiene el impulso de ponerme una mano en la nuca, pero se contiene.
—Entonces, ¿hay algo?
—¿Pasaría algo si lo hubiera? —frunzo el ceño.
Niega lentamente con la cabeza.
—No, no me lo creo —murmura.
—No necesito que creas na...
—¿Te gusta la mitad de lo que te gusto yo?
Abro la boca, sorprendida por tanta arrogancia repentina.
—No me gustas —le digo bruscamente.
Oh, eso no le ha gustado. Bueno, pues que le den si no le gusta. Se desliza más cerca de mí con la mandíbula tensa.
—Ah, ¿no? —pregunta suavemente.
—No.
—¿Y por qué, cada vez que te toco, te apartas como si te quemara?
—Porque te odio.
Sonríe de lado, negando con la cabeza.
—No, no me odias.