Toda una vida, corta desde el punto de vista temporal pero inmensa desde el prisma de los acontecimientos, separaba a Shúrik y Lilia de aquel invierno en que Shúrik la acompañaba desde la vieja universidad de la calle Mojovaya hasta su casa, en el callejón Chisti: un paseo de diez minutos que se prolongaba hasta medianoche, luego, después de los besos dilatados en la entrada principal y de perder el último metro, iba caminando hasta la estación Bielorrusia.