pesar de que las posibilidades materiales, las circunstancias sociales y económicas y los cambios históricos influyen sobre la creación estética, escribir un poema, pintar un cuadro o componer una sonata son hechos contingentes. En cada caso podría no haber sido (recordemos la abrumadora pregunta de Leibniz). De esta manera la obra de arte, la poesía, lleva consigo –por decirlo de algún modo– el escándalo de su azar, la impresión de ser un capricho ontológico. Por imperativos que sean los motivos psíquicos y privados de su génesis, su necesidad no responde a ninguna lógica. Quienes hacen arte, música, literatura, han experimentado esta ausencia de necesidad bien como amenaza, bien como liberación.