Eso pensé aquella noche, cuando apoyé la cabeza en la almohada mullida y por fin me sumergí en un reposo inquieto y poblado de sombras, a través del cual diversas figuras entraron y salieron, perturbándome tanto que una o dos veces desperté a medias porque acababa de gritar o pronunciar un puñado de palabras incoherentes; sudé y di infinitas vueltas en el intento de librarme de las pesadillas, de escapar de mi sensación no del todo consciente de temores y presentimientos al tiempo que, atravesando la superficie de mis sueños, llegaban los aterrados relinchos del poni y el llanto y los gritos del niño, una y otra vez, mientras yo permanecía impotente en medio de la niebla, con los pies pegados al suelo y el cuerpo echado hacia atrás, a la vez que a mis espaldas rondaba la mujer, a la que no podía ver, aunque percibía su oscura presencia.
Qué rayos 😳