Se necesita mucha autonomía personal para creer de veras en la república de las letras como un poder distinto y aparte, para tomar en serio una vida invisible que depende de una ecología tan frágil: la de un espejo que refleja o parece reflejar la totalidad del mundo y, sin embargo, es poca cosa en el mundo. Platón decía que los hombres sin preparación académica viven tan sumergidos en el mundo, que están de espaldas al mundo de las ideas. Nosotros, por el contrario, vivimos tan sumergidos en el espejo del mundo, que nos encandila, que nos cuesta trabajo situarnos en el mundo. Oscilamos entre exaltar la vida en el espejo como una vida superior y de apreciarla como irreal. El lector, el escritor, el editor, el bibliotecario, el periodista, el teórico de pizarrón, de laboratorio, de café, pueden sentir que en el espejo está la totalidad del mundo, y hasta sentirse dueños del mundo porque tienen el espejo en sus manos; o, por el contrario, pueden ver el espejo por su reverso opaco, ver que es una cosa de tantas que hay en el mundo, verse entre libros, anaqueles vencidos, una máquina de escribir, y sentirse impotentes y ridículos. No es fácil estar aquí con la seguridad del más allá. No es fácil andar allá sin perder de vista el aquí.
Puros factos