cediendo a la presión de sus acompañantes, escoge una pieza, una cosa breve, una cosa sencilla –creo que era It’s a Heartache de Bonnie Tyler–, llegado su turno sube al escenario, y al hacerlo se metamorfosea lentamente: su cuerpo abúlico se va situando, brota una voz de su boca, una voz que es la suya pero que desconoce, timbre, textura y tesitura increíbles, como si su cuerpo albergara otras versiones de sí mismo –una fiera listada, un acantilado vivo, una mujer de la vida–, cuando el pinchadiscos evidentemente no se ha equivocado, cuando el que canta es él, y entonces, adoptando su voz como su firma corporal, como la forma de su singularidad, decide conocerse y comienza a cantar.