Giovanni es, a su manera, un hombre afortunado. Entre los pliegues de su rostro, curtido por el sol tras cuarenta y seis años cociéndose a fuego vivo, se esconde algún adarme de gratitud. Algo ha conseguido, después de pasarse la vida trabajando en el campo y con los brazos doloridos por la noche. No recuerda día en el que no se haya partido el lomo y, a veces, se lo partía a otros: los carabineros de Corleone lo tienen fichado como «sujeto capaz de causar daño a personas y patrimonios ajenos».