Al igual que sucede con los orgasmos, las horas dedicadas al sueño representan “pequeñas muertes”, es decir, momentos de liberación del inconsciente en los que el cuerpo se entrega a las sensaciones. Para dormir, al igual que para llegar al clímax sexual, resulta necesario tener confianza y capacidad para desprenderse del control. El que quiere dormir y se queda horas y más horas en la cama hasta conciliar el sueño —como si pudiera decidir conscientemente el momento de su inconsciencia—, no tendrá ningún resultado. Sólo puede crear condiciones propicias para dormir: una cama adecuada, un entorno de tranquilidad, algo de música y otras tácticas que lo tranquilicen y faciliten la relajación, pero a partir de ahí solamente tiene que esperar que el sueño llegue y lo atrape suavemente.
El gran problema para los insomnes se encuentra en que el acto de dormir les pide que pongan en escena justamente lo que menos suelen practicar: la actitud de dejarse llevar, de abandonarse a fuerzas externas y de permitir que otra instancia sea la que decida. Las personas que no pueden conciliar el sueño suelen ser autosuficientes, desean controlarlo todo y son reticentes a confiar en los demás; por eso, no pueden entregarse al sueño dado que no tienen control sobre él. Como ya se mencionó, el momento de dormir es también el instante de liberación del inconsciente. El insomne posee un alto grado de represión y, en consecuencia, no desea dar salida, expandir el caudal de pensamientos ocultos que pesan en su mente, y para asegurarse de que esto no suceda, se predispone para una continua vigilia.