Es mi marido. —Me dolía la mandíbula de sonreír de un modo tan forzado, y levanté la mano izquierda para enfatizarlo. Su propia piedra nacarada aún brillaba en mi dedo anular—. Lo que es mío es suyo, y lo que es suyo es mío. ¿No forma eso parte de los votos que hicimos?
—Sí, así es. —Reid asintió rápidamente, lanzándome una mirada tranquilizadora, antes de mirar a madame Labelle—. Puede disponer de cualquier cosa que yo posea.