Una de esas vertientes, heredera del feminismo predominante en la primera ola, se conoce como feminismo de la igualdad, el feminismo de los años setenta de Betty Friedan. Su rasgo distintivo fue cuestionar el aspecto dicotómico del sistema de valores androcéntrico, pero no el jerárquico. Es decir, no objetó que la razón fuera superior a la emoción. En cambio, sostuvo que las mujeres eran igualmente capaces que los varones para el ejercicio intelectual y la participación en la esfera pública. En contraste, la otra vertiente que se consolida en los años ochenta, conocida como feminismo de la diferencia, cuestionó la jerarquía pero no la dicotomía del sistema de valores androcéntrico. En otras palabras, enarboló la sexualización de la dicotomía y otorgó mayor valor a las características que serían propias de las mujeres: la feminidad, la emoción, la sensibilidad y la empatía.