El maquiavelismo degollado, panegírico escrito por el jesuita Claudio Clemente en 1637, es mucho más que una curiosidad de la historia de las ideas políticas, representa en muchos sentidos la síntesis de la política del barroco; en él se conjugan las posturas más agresivas dirigidas a combatir el accionar «inmoral y anticristiano» de El príncipe de Maquiavelo, escrito en 1513. Así, desde la monarquía española, el imperio austriaco y el pontificado romano, se construye la senda de lo que fue el ideario político y moral de los Botero, Ribadeneyra, Mariana o Baronio junto con todas las representaciones simbólicas, los rituales y la parafernalia sobre la que se cimentó la autoridad de la Contrarreforma. Esta evocación permitirá al pensador del presente remontarse a las fuentes que se han servido de base a lo más radical del pensamiento político «conservador» que, a pesar de todo, sobrevive a la modernidad, haciéndose parte de ella, por lo menos dentro del ámbito cultural de influencia latina, de habla hispana y/o católica.