Ese huir de la verdad ha caracterizado siempre su trayectoria. Nunca ha querido saber que la vida es una confusa mezcla de violencia y piedad y que los campesinos matan para comérselos a los animales que más quieren y que su amor se manifiesta en el momento del sacrificio, de la matanza, con una alegría inocente. Saben que ese animal que les ha alegrado la vista durante meses ahora les alegrará el estómago y le dicen palabras amorosas mientras proceden a desollarlo.
A mí, la caza me ha puesto en contacto con esos sentimientos primarios, hasta el punto de que, mientras Eva se moría en el hospital, llegué a pensar en cazarme yo mismo, poniéndome un fusil contra el pecho. Creo que fue la reacción noble de un animal que se sentía perdido, pese a que acabara venciendo mi parte más humana, más racional, que no sé si es exactamente la mejor, aunque sí la que me ha obligado a seguir viviendo, a pesar de que ya no me quedan demasiadas ganas. He buscado el apoyo en las muletas de la religión y también en una imagen de mí mismo que no he querido romper. Mi acto no hubiera sido cobardía, bien lo sabe Dios, pero podría haberlo parecido, y eso yo no lo hubiera tolerado. (Le pido a Él perdón por escribir estas palabras, aunque creo que no verá necesario perdonar a quien dice la verdad.)