Él es un visionario, si bien brutal. Es un modernizador, desprecia el clerical «atraso eslavo» de Rusia. La antigua ciudad de Moscú es pintoresca, sin planificar, una maraña de calles cuasibizantinas: Pedro dispone que su nueva ciudad se planifique siguiendo un diseño racional, con líneas rectas y curvas elegantes a escala épica, con amplias vistas, canales que crucen sus avenidas, muchos palacios grandiosos y con motivos paladianos; un barroco limitado, una ruptura con las tradiciones y las cúpulas de cebolla.