De camino al Bergfeld, hicimos una breve parada en el santuario de Kamakura-gū para rendir culto a las piedras de la buena suerte: con todos los años que había vivido en ese barrio, ¡no se me había ocurrido hacerlo nunca! El ritual consistía en exhalar con fuerza sobre un pequeño recipiente de arcilla para depositar allí todas tus malas energías y, a continuación, lanzarlo con fuerza contra las piedras para que se hiciera añicos. Los cuatro seguimos paso a paso la ceremonia, serios y concentrados, pero fue la señora Barbara quien logró extraer el sonido más bello de su vasito quebrado.
—Después de esto, ¡no volveré a tener mala suerte en años! —exclamó, contentísima, mientras levantaba el puño en señal de victoria.