A eso de los nueve o diez años a veces paseaba solo y, pese al temor de perderme, iba cada vez más lejos por barrios que no conocía, en la orilla derecha del Sena. Era en pleno día y eso me tranquilizaba. Al llegar a la adolescencia, me esforzaba en vencer el miedo y aventurarme de noche, cogiendo el metro, por barrios aún más remotos. Así es como se lleva a cabo el aprendizaje de una ciudad y,