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Rosario Castellanos

Obras II. Poesía, teatro y ensayo

Probablemente ningún tramo de la obra de Rosario Castellanos pinte tan claramente su evolución intelectual y formal como sus cuentos. Narradora perspicaz e inteligente, en ellos sumó la eficacia de su estilo a las preocupaciones sociales, políticas y de género que marcaron sus trabajos. En Ciudad real, Los convidados de agosto y Álbum de familia, late entera una de las sensibilidades más agudas del siglo XX. Además del contenido completo de los tres libros de cuentos publicados por Castellanos en vida se incluyen tres relatos que nunca antes aparecieron en un volumen: «Crónica de un suceso inconfirmable», «Primera revelación» y “Tres nudos en la red”.
1,248 printed pages
Copyright owner
Bookwire
Original publication
2014
Publication year
2014
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Quotes

  • Ángel Sotohas quoted15 days ago
    NADA más saludable, para un autor destinado a ser clásico, que convertirse en objeto de discusión. Eso significa que es leído y que su lectura conmueve hasta el punto de suscitar alabanzas o de provocar apasionados rechazos.
  • Giselle González Camachohas quotedlast year
    pero no voy jamás a las exposiciones
    ni al estreno teatral ni al cine-club.

    Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
    y, si apago la luz, pensando un rato
    en musarañas y otros menesteres.

    Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
    diferenciarme más de mis congéneres
    que por causas concretas.

    Sería feliz si yo supiera cómo.

    Es decir, si me hubieran enseñando los gestos,
    los parlamentos, las decoraciones.

    En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
    es en mí un mecanismo descompuesto
    y no lloro en la cámara mortuoria
    ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.

    Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
    el último recibo del impuesto predial.
  • Giselle González Camachohas quotedlast year
    egún las posiciones de los astros,
    los ciclos glandulares
    y otros fenómenos que no comprendo.

    Rubia, si elijo una peluca rubia.

    O morena, según la alternativa.

    (En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

    Soy más o menos fea. Eso depende mucho
    de la mano que aplica el maquillaje.

    Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
    —aunque no tanto como dice Weininger
    que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
    Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
    y, por la otra, me da la devoción
    de algún admirador y la amistad
    de esos hombres que hablan por teléfono
    y envían largas cartas de felicitación.

    Que beben lentamente whisky sobre las rocas
    y charlan de política y de literatura.

    Amigas... hmmm... a veces, raras veces
    y en muy pequeñas dosis.

    En general, rehúyo los espejos.

    Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal

    y que hago el ridículo

    cuando pretendo coquetear con alguien.

    Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
    que un día se erigirá en juez inapelable
    y que acaso, además, ejerza de verdugo.

    Mientras tanto lo amo.

    Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.

    Hablo desde una cátedra.

    Colaboro en revistas de mi especialidad
    y un día a la semana publico en un periódico.

    Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
    nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
    atravieso la calle que me separa de él
    y paseo y respiro y acaricio
    la corteza rugosa de los árboles.

    Sé que es obligatorio escuchar música
    pero la eludo con frecuencia. Sé
    que es bueno ver pintura

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