Quien escuche decir que el Estado no ha existido siempre en las sociedades humanas, calificará esa afirmación como inconcebible. El Estado ha sido en el pensamiento jurídico un presupuesto incuestionable de la organización social, que raramente se estudia críticamente. La doctrina tradicional liga la vida del Estado y lo justifica para siempre partiendo, a su vez, de la llamada esencia natural inmutable al hombre, como algo inherente a él, a las formas de organizarse socialmente. Y ello escamotea las posibilidades de lograr una visión científica, que debe partir de considerarlo como un fenómeno determinado históricamente. Las escuelas clásicas suelen presentar al derecho como un fenómeno atemporal que hay que estudiar tal y como existe. Para la mayoría de los abogados resulta casi imposible imaginar que el derecho haya tenido un origen histórico. Suele asumirse que existió y existirá eternamente. Que toda sociedad ha tenido siempre alguna forma de leyes o derecho, aunque fuese en forma incipiente. Lo mismo se piensa del Estado, que no se cuestiona. Los doctrinarios tradicionales afirman, vigorosamente, que el Estado se caracteriza por surgir como órgano de la “conciliación” de esas clases, pretendiendo mitificarlo. Desde una visión crítica del Estado el estudio debe hacerse globalmente, al considerar las interrelaciones profundas que existen entre su origen y fines, así como desde su estructura y elementos, y no separándolos artificialmente. Tal método nos lleva a demostrar la ubicación histórico-concreta del Estado que no siempre ha existido y no siempre existirá. De la misma forma, es necesario develar que el derecho y el Estado no poseen una postura neutral y conciliadora, sino que esa postura favorece a ciertos actores y clases sociales. En esta obra se reflexiona sobre temas fundamentales de la filosofía jurídica, dejando de lado los prejuicios y dogmas habituales.