El otro caso de Arístides
Ante cualquier iniciativa ajena, Arístides siempre contestaba que no tenía tiempo. Si algún amigo lo llamaba para invitarlo a cenar, él escuchaba en respetuoso silencio y después respondía que muchas gracias, pero que esa noche le resultaba imposible. Solía excusarse cortésmente con sus esporádicas amantes, en caso de que le propusieran repetir el encuentro. Sus propios hijos se habían acostumbrado a que, si por casualidad estaba en casa, Arístides apenas pudiera detenerse a jugar. Quizá por eso su matrimonio duró menos que sus reuniones de trabajo. A causa de la ruptura estuvo a punto de caer en una severa depresión, pero no tuvo tiempo para permitírsela.
Algunos años más tarde, cuando la muerte vino a buscarlo, Arístides tan solo se encogió de hombros. Más que un acto de valentía fue un gesto rutinario. No, no tengo tiempo, murmuró sin alterarse mientras perdía la conciencia.