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Mijaíl Bulgákov

El maestro y Margarita

  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Pero, queridísimo y encantador señor director —dijo el ayudante con voz de campanilla—, nuestro equipo lo llevamos siempre encima, ¡aquí esta!, eine, zwei, drei —y moviendo sus rugosos dedos y ante los ojos de Rimski sacó un reloj por detrás de la oreja del gato. Era el reloj de oro del director, que llevaba, hasta entonces, en un bolsillo del chaleco, bajo la abotonada chaqueta, y con la cadena pasada por el ojal
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Los maleantes desaparecieron y en su lugar surgió una joven desnuda, pelirroja, con los ojos fosforescentes
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    En su apartamento (el número treinta y cinco), en el tubo de ventilación del retrete, hay cuatrocientos dólares envueltos en papel de periódico. Les habla el inquilino del piso once de dicho inmueble, mi nombre es Timoféi Kvastsovy les ruego no revelen mi identidad, porque temo que dicho presidente se vengaría.
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Tenía en la cabeza un hormigueo de pensamientos y recuerdos muy desagradables
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Soy Voland[10], el profesor de magia negra
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Si alguien le hubiera dicho a Stiopa esta mañana
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Sí, sí, tiene que ver con él —seguía Iván—; es un hecho indiscutible. Ha hablado personalmente con Poncio Pilatos. ¡Y no tenéis por qué mirarme de esa manera! Ha visto todo: el balcón y las palmeras. ¡En una palabra, que estuvo con Poncio Pilatos, os lo aseguro
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Es que resulta que el profesor..., bueno, lo diré francamente..., tiene que ver con el diablo y no es tan fácil darle alcance.
    Los enfermeros se pusieron rígidos sin apartar los ojos de Iván
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Sobre todo contra ti, ¡liendre! —dijo dirigiéndose a Riujin
  • Mónica Angeleshas quoted9 months ago
    Panteléi, el conserje, a un miliciano, un camarero y al poeta Riujin, que llevaban a un joven fajado como un muñeco, que lloraba a lágrima viva y escupía a Riujin precisamente, gritando a todo pulmón: —¡Cerdo! ¡Canalla
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