Pero me alegraba tener una bestia interior que me dijera quién era mi compañera… o quién no lo era. No podía odiarla, ni lamentar que fuera parte de mí. Me había salvado en la batalla y matado a incontables enemigos. No se merecía la falsedad. Merecía respeto. No la forzaría a aceptar a una mujer que ninguno de los dos deseaba. Si la bestia prefería la muerte, aceptaría su elección.
—Debo irme.
—¡No, Wulf, escucha! Solo escoge a una. Puedes decirles la verdad después del programa —respondió Rachel.