Hasta que no has superado el meridiano de los cincuenta no puedes creerte que la sentencia universal de muerte también te afecta a ti. A los veinte somos inmortales; hasta los cincuenta estamos demasiado atrapados por la vida como para pensar en el final; pero de los cincuenta y cinco en adelante la índole de la vida más profunda cambia debido a este conocimiento. El tiempo de repente se hace telescópico. La vida en sí misma se vuelve más preciosa de cuanto hubiera podido serlo antes... es imperativo probarla, saborearla, todos los días, a cada hora, y eso significa reducir el derroche, ser muy consciente de qué es lo irrelevante y qué lo relevante.