Como los viejos autómatas escribientes del siglo XVIII, los dispositivos contemporáneos son pulcros amanuenses de todas y cada una de las operaciones que realiza cada uno de nosotros, y que después depositan en una potencialmente infinita base de datos que otras máquinas procesan a la búsqueda de patrones que optimicen el marketing, personalicen las publicidades, mejoren las ventas, permitan determinar el género, el estatus económico, la orientación sexual y la filiación política del usuario, en un proceso completamente computarizado en el que en ningún momento intervienen seres humanos (más que para sacar fruto económico o político de la escritura y la lectura robótica).