La peculiaridad de este escrito clásico de Theodor Herzl, manifiesto inaugural del sionismo moderno, fue de los primeros en tratar la «cuestión judía» como un problema nacional. A partir de un análisis exhaustivo de las causas y consecuencias del antisemitismo creciente en la Europa de su tiempo, desarrolló la idea que la única manera de superar la miseria y la discriminación, la persecución y las humillaciones del pueblo judío era la creación de un Estado propio e independiente, una patria que acogería los judíos de la diáspora y los protegería. A la realización de esta idea dedicó Herzl su vida, y puso en marcha una corriente política -el sionismo— que finalmente, tras grandes vicisitudes, se pudo lograr con la fundación de Estado de Israel. He aquí tanto la fuerza como las limitaciones de un texto que ha marcado la época contemporánea.