—Me alegro de que te sientas cómoda aquí, pero… No me hace ilusión que vivas en un hotel cuando ese hijo de puta anda suelto —dijo él, echando un vistazo por la ventana—. Así que si te parece bien… Solo es una idea, puedes negarte tranquilamente; no pondré objeciones. He pensado que podrías venirte a vivir conmigo —soltó de golpe. Metió las manos en los bolsillos, como siempre que estaba nervioso y pensaba que podía luchar contra ello—. Si quieres, solo por unas semanas, o unos meses. Entendería que quisieras tener tu casa, es una experiencia que aún no has probado… Y si no te importa, pues un tiempo más. Para siempre, por ejemplo.