11. EL MOMENTO DE DISPARAR
Existen dos tipos de tiro.
El primero es aquél que se da con precisión, pero sin alma. En este caso, aunque el arquero tenga un gran dominio de la técnica, se concentra exclusivamente en el blanco, y por eso no ha evolucionado, se ha vuelto repetitivo, no ha conseguido crecer, y un día dejará el camino del arco, pues siente que se ha convertido en una rutina.
El segundo tiro es el que se da con el alma. Cuando la intención del arquero se transforma en el vuelo de la flecha, su mano se abre en el momento justo, el sonido de la cuerda hace que los pájaros canten, y el gesto de disparar a algo en la distancia provoca, paradójicamente, un retorno y un encuentro con uno mismo.
Tú sabes el esfuerzo que costó abrir el arco, respirar hondo, concentrarte en tu objetivo, tener clara tu intención, mantener la elegancia de la postura, respetar el blanco.
Pero también debes comprender que nada en este mundo permanece con nosotros por mucho tiempo: en algún momento tu mano tendrá que abrirse y dejar que tu intención siga su destino.
Por lo tanto, la flecha tiene que partir, por más amor que sientas por cada paso que te llevó a la postura elegante y a la posición correcta, y por más que admires sus plumas, su punta, su forma.
Pero no podrá partir antes de que el arquero esté listo para el disparo, pues su vuelo sería muy corto. No puede partir después de que haya alcanzado la postura y concentración exactas, porque el cuerpo no resistiría el esfuerzo y la mano comenzaría a temblar.
Tiene que partir en el momento en que el arco, el arquero y el blanco se encuentran en el mismo punto del universo: eso se llama inspiración.