Memorial

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La primera vez es un recuerdo que ha quedado reducido a lo esencial: estamos, creo, paseando por el vecindario. Le digo a Mike que me encanta, o que podría aprender a que me encantase. Levanta la cabeza demasiado rápido, pero ya es tarde, porque ya he visto su sonrisa. Sin embargo, justo ahí, en el momento culmen de una posible catástrofe, Mike señala una casa y me dice que le encanta la inclinación que tiene. Yo señalo un gato que está tomando el sol bajo una farola y le digo que me encanta su forma de estar en el mundo. Mike señala las flores silvestres que crecen junto a la carretera. Yo señalo el farol sobre nuestras cabezas. Los dos señalamos detrás, debajo, en las esquinas, por las ventanas de las casas por las que pasamos, a todas partes menos el uno al otro, aunque, por supuesto, hace tiempo que me he dado cuenta de que eso también era una confesión.

Que querer a alguien significa dejar que cambien cuando lo necesitan. Y dejarlos ir cuando lo necesitan. Y eso no los convierte en menos hogar. Solo que tal vez no lo sea para ti. O solo durante una o dos temporadas. Pero eso no disminuye el amor. Solo cambia las formas.

Luego me guardé el teléfono en el bolsillo.

Pasados uno o dos minutos, no había respondido.

Quince minutos después, mi bandeja de entrada seguía vacía.

Al cabo de varias horas, me dije que no tenía importancia. Si ese tío me contestaba, bien. Y si no, también. Así que lo dejé en manos del destino y envié mensajes a otros cinco tíos que estaban conectados.

Dos me respondieron enseguida. Uno me preguntó por el tamaño de mi polla.

Si te sirve de algo, añadió, así es como empiezan todos.

A los pocos días encontré un cuaderno hecho polvo en el cuarto de baño de su apartamento. Los hilos se habían descosido. Todo estaba escrito en inglés. Mi padre había garabateado una serie de listas, todas ellas con una letra minúscula. Listas de la compra. Rutas de tren. Mierdas prácticas. Pero también había otras cosas.

Como, por ejemplo, una breve lista de cosas en las que Eiju no creía: los calcetines, el destino, la predeterminación, las promesas. El aceite picante. Las puertas con cerradura. Las tarjetas de Navidad. La Navidad. Las cuentas de ahorro. Las fiestas de cumpleaños, los regalos. Los ultimátum. Las últimas oportunidades. La suerte.

No puedes aparecer aquí de repente y hacer eso, dijo. No ahora. No en esta vida. No puedes hacer eso.

Ben me estudió como si estuviera resolviendo algún tipo de ecuación.

Durante mucho tiempo tuve un puto sueño en el que me encontraba con este hombre y él no me reconocía, pero en ningún momento pensé que yo no fuera a reconocerlo a él. Eso no habría ocurrido.

Me di una ducha y me preparé para ir a trabajar: el delantal, la camiseta y los vaqueros.

Culpaba a los mexicanos de su mala suerte, porque ellos cocinaban más horas por menos dinero,