Estoy rodeada de hombres silenciosos. Mi exmarido, mi padre. Hay un patrón.
Mientras mi madre vivió, se encargó de mantenerla presente. Lloraba, la mencionaba, tenía sus pequeños rituales religiosos que servían para calmarse. Mi padre la evoca de vez en cuando, deja caer su nombre, como si intentara que el paso del tiempo no la borre, resistiendo en contra del olvido.
Entre nosotros dos hay una distancia difícil de solucionar. No puedo preguntarle nada sobre su hija, no la puedo nombrar. Manuela es una presencia constante y devastadora. Desde que nació su nieto, me pide que lo deje a su cuidado. No lo hice nunca. ¿Cómo voy a animarme, si se le murió una hija en su propia casa?
Quisiera ser un poco la madre de mi padre, quisiera poder abrazarlo y consolarlo, decirle que lo entiendo y que le agradezco haber persistido en el mundo a pesar de tener derecho a sentir una desolación infinita.