Antes era muy fácil comportarse de forma relajada, amable y generosa con todo el mundo porque sabías que más o menos todos teníamos una idea parecida de lo que era correcto y adecuado. Ya no. Antes, cuando alguien me escribía o se ponía en contacto conmigo, pensaba, alegremente: «¡Ah, mira! Se ha debido enamorar de mí». Ahora pienso, lúgubre y depresivamente: «A ver qué quiere...».