Creo que traducir puede ser en muchos sentidos más complicado que componer algo original. El poeta es libre para decir lo que quiera, puede escoger entre un sinfín de trucos lingüísticos del lenguaje en el que escribe. Las palabras, el orden de estas, el sonido… Todo importa y, si faltara algo de esto, todo se vendría abajo. Por eso Shelley escribió que traducir poesía es tan buena decisión como meter una violeta en un crisol[40]. Así que el traductor no solo debe desempeñar su función, sino también la de un crítico literario y un poeta, todo al mismo tiempo. Debe leer el original lo suficientemente bien como para comprender las piezas que hay en juego, para expresar su significado con la mayor precisión posible. Y luego debe reorganizar ese significado traducido en una estructura agradable desde el punto de vista estético en el idioma de destino de tal forma que, según su criterio, se adapte al original. El poeta corre libre por el prado. El traductor baila con los grilletes puestos.