De hecho, se puede afirmar sin miedo al error que no hay país que no reprima —o, cuando menos, controle— a algún colectivo instalado en su territorio, y aunque es verdad que algunos gobiernos lo hacen —o lo han hecho— con más crueldad que otros, no deja de ser menos cierto que la civilización continúa cimentándose sobre los cadáveres de los más débiles.