Me golpearon después las palabras de apertura de un ensayo que escribió una chica ciega sobre la ceguera. “Debe de estar oscuro. Eso es lo que la gente siempre te dice. Pero no está oscuro. No está nada”. Tal vez me equivoque, pero antes de todo eso no estaba oscuro: no estaba nada. Y podría haber tomado cualquier cantidad de tiempo subir a la superficie, llegar al umbral de la confusión.