eso basta para entender su futilidad. Sólo lo constante es realmente bueno; lo que cambia perpetuamente no puede aspirar al carácter de bondad. He ahí por qué se ha puesto la inmutabilidad en el rango de las perfecciones de lo Eterno. Pero la virtud está totalmente privada de esta característica: no existen dos pueblos en la superficie del globo que sean virtuosos de la misma manera. Así que la virtud no tiene nada de real, nada de intrínsecamente bueno, y no merece para nada nuestro culto. Hay que utilizarla como un apoyo, adoptar astutamente la del país en que se vive, a fin de que los que la practican por gusto, o deben reverenciarla por su condición, nos dejen tranquilos, y a fin de que esta virtud, respetada donde vivís, nos proteja, por su preponderancia como convención social de los atentados de quienes profesan el vicio.