Para resumir un poco: la escritura tiene dos formas para mí. Por una parte, textos concertados (entre los que se encuentran también Diario del afuera y La vida exterior) y, por otra, paralelamente, una actividad de diarista, antigua, multiforme. (Así, al lado de los cuadernos del diario íntimo, escribo, desde 1982, un «diario de escritura», hecho de dudas, de problemas que me encuentro al escribir, redactado en diagonal, con elipses y abreviaciones.) En mi cabeza, estos dos modos de escritura constituyen, de alguna manera, una oposición entre lo «público» y lo «privado», entre literatura y vida, entre totalidad e inconclusión. Entre acción y pasividad. Anaïs Nin escribe en su Diario: «Quiero gozar y no transformar». Yo diría que el diario íntimo me parece el lugar del goce, y los otros textos son el espacio de la transformación. Tengo más necesidad de transformar que de gozar.