Una prostituta despreciada por sus acompañantes reparte su comida con los burgueses que viajan en el mismo carruaje. También les da a aquellos conciliadores burgueses una lección de patriotismo, cuando un oficial invasor detiene el coche y demanda los favores de la prostituta como condición para permitirles continuar el viaje. Viendo que sus vidas dependen de Bola de Sebo, los burgueses recurren a todo tipo de halagos. La prostituta finalmente se entrega al enemigo y éste permite que el carruaje siga su marcha. Como si nada hubiera sucedido, las señoras y señores burgueses recobran sus posturas distantes y llenan de reproches a la mujer vulgar y "pecadora". Renacido el desprecio, la pobre muchacha no tiene otro consuelo que sus propias lágrimas.