Eslabones

Gadafi ha enviado un avión cargado de uniformes militares –dijo el conductor– y los AK-47 se pueden comprar abiertamente, cuestan sólo seis dólares cada uno.

El ganado –siguió diciendo Dajaal–, aterrado, se dio a la fuga, los asnos rebuznaban sin parar, las gallinas no pusieron huevos en varias semanas. Nuestras mujeres notaron el cambio en sus ciclos mensuales, sus almas quedaron dañadas de forma irreparable. No hubo ni tiempo para el dolor, nuestros muertos fueron enterrados ese mismo día.

Jeebleh lo escuchaba atento, inmóvil.

La reunión del mes de julio desde entonces es famosa por haber dado lugar, en su momento, a la matanza del 3 de octubre.

¿Sería ése el mismo caso en Ruanda o en Liberia?

Por el momento, lo que Jeebleh había visto de la ciudad la destacaba por ser un lugar donde reinaba la tristeza.

Hubo muchos más buitres y marabúes justo después de la debacle del 3 de octubre, cuando más de mil partidarios del Cacique del Sur fueron masacrados y dieciocho soldados del ejército de Estados Unidos perdieron la vida. Yo fui testigo de la llegada de los carroñeros, congregados en torno a la zona de los combates, encaramados por todo el vecindario.

A la fuerza pensó en la degradación en que se encontraba la franja del Sahel por su proximidad al Sáhara.

En los mitos, el camaleón hacía entrega del mensaje en cumplimiento de un oscuro temor. La liebre en cambio se distraía al ser tan juguetona y no lograba transmitir el mensaje de la vida.

Así, concluyó Seamus, «el infierno es un señor de la guerra» que ha vendido el alma a Satán a cambio de un poder que se le escapa.