Francisco Rebolledo

Entonces, con una botella de champaña en la mano, la llevaste a tus aposentos. Casi no hablaron. Fue cosa de llegar a tu alcoba y desnudarse. Cuando se quitaba el antifaz, te dijo su nombre: Jeanne–Antoinette Poisson, madame d’Étoile. Algo que te importó bien poco, porque estabas consumido por el deseo de abrazarla. Hicieron el amor frenéticos. Se besaron, mordieron y chuparon como si en ello les fuera la vida. Cuando por fin la penetraste, cuando desde tus riñones sentiste vecina la descarga, fuiste a un sitio horrendo. Un sitio como nunca antes habías visto.

Abrazados, sin decirse media palabra, se acariciaron con furia y se hicieron el amor plena, totalmente. Antoinette pudo dormir al fin, y Denis, olvidado del olor, soñó que caminaba por las estepas nevadas de la Santa Rusia.