Estaba de rodillas, la cabeza sobre la cama, las manos juntas sobre la cabeza, llena de ansiedad y agitación, y, aunque gitana idólatra y pagana, se puso a pedir entre sollozos gracia al buen Dios de los cristianos y a rezar a Notre Dame, su anfitriona. Pues, aun no creyendo en nada, hay momentos en la vida en que uno es de la religión del templo que tiene más a mano.